Desde pequeño, a la
temprana edad de cuatro años, ya su vecina del primero lo atosigaba una y otra
vez, diciéndole que sería el marido perfecto para su hija. Al pequeño Juan
Carlos sólo con pensarlo le daban arcadas.
Carmen, que así se
llamaba la hija de su vecina, era encantadora. Encantadora para su madre,
claro. Niña repipi donde las haya, lo buscaba por todos los rincones del barrio
hasta dar con él. No se despegaba del chiquillo ni con agua caliente. Juan
Carlos, con la prudencia que lo caracterizaba,
aguantaba estoicamente las continuas insinuaciones de Carmencita.
En el
colegio, ninguna chica podía acercarse a Juan Carlos sin el consentimiento
previo de la repipi niña. Lo acaparaba durante toda la jornada. Cuando algún
compañero le preguntaba algo, ella rápidamente contestaba por él,
anulándolo por completo.
Los padres de Juanito se
habían percatado de las insolentes y continuadas palabras de su vecina e
intentaban aconsejar a su hijo, diciéndole que no se preocupara, que no le
diera importancia, y que era muy joven para tener novia. Pero por las noches
las pesadillas eran continuas, aquella chica lo triplicaba en kilos, sus
pechos eran tan grandes que el camisón rebosaba y a punto
estaba de perecer aplastado contra la pared del dormitorio. Juan Carlos
despertaba día tras día con el corazón encogido y bañado en sudor.
El pequeño Juan Carlos
intentaba de todas las maneras posibles eludir a aquella "ballena con
patas" que lo perseguía allá donde iba. Una mañana de invierno, después de
desayunar, se preparaba para asistir a un nuevo día de clase, cuando de repente
sonó el timbre de la puerta. Era Isabel, la madre de Carmencita. El pequeño
Juan Carlos, detrás de la puerta, no podía creer lo que estaba escuchando:
Carmen estaba enferma y no podría asistir al colegio.
Pasaron varios días y
Juan Carlos seguía rezando todas las noches para que se alargara la enfermedad
de su vecina. El pequeño pudo entonces conversar y conocer a sus
compañeros de clase que, sorprendidos, pudieron comprobar que aquel chico que
se sentaba junto a "la gorda" sabía hablar. Otra nueva situación
llenó de alegría al pequeño, que vio cómo la vida nuevamente le sonreía cuando
el profesor anunció que a Carmen la habían trasladado de colegio.
Aquel final de curso fue
enormemente gratificante. No se lo creía, podía hablar sin censura ni
reprimenda de su ex-compañera, a la que él llamaba para sus adentros
"ballenita con patas". De aquel niño tímido salieron cualidades
y virtudes que fueron brotando conforme avanzaba el curso.
Pasaron los años y a
Juan Carlos le empezó a cambiar la voz. De aquel niño tímido quedaba poco. Eso
sí, seguía siendo prudente y formal como su padre.
Empezó a ver a las
chicas de manera especial. Empezaban a entrar en su cabeza posibles noviazgos
de juventud. La morenita del pelo largo y ojos risueños lo ponía
nervioso, era acercarse a ella y el corazón se le aceleraba.
La chica lo sabía, pero a ella sólo le interesaba jugar y bailar. Por mucho que
lo intentó, nunca lo consiguió. La vida puede llegar a ser cruel y él lo sabía
bien.
En
una ocasión, estaba Juan Carlos sentado en un banco del parque
reflexionando sobre su vida, cuando de repente, irrumpió una chica alta, rubia
y con bonitos ojos. Se llamaba Miriam. La chica se presentó amablemente y
se sentó junto al joven, que no podía creer lo que estaban escuchando sus
oídos.
La joven, amablemente y
con clara verborrea, le estaba pidiendo salir con él para conocerse y demás.
Juan Carlos la miró fijamente, se levantó de un brinco y con voz temblorosa le
dijo que tenía que marcharse, pues tenía deberes que hacer.
Llegó a su casa a pasos
forzados, tropezó con el escalón de la entrada y torpemente abrió la cerradura
de la puerta de su casa.
De repente, la tarde se le
tornó gris y sus olvidadas pesadillas volvieron a su cabeza, pues la
chica rubia duplicaba los kilos de su ex-vecina "la ballenita con
patas".
Esa noche no pudo dormir
pensando en lo que le pasaba. ¿Por qué las chicas gordas se fijaban en él? Por
más que intentaba resolver el enigma, no lo conseguía. A la mañana siguiente,
salió camino del colegio sin ni siquiera desayunar. Llegó en un tiempo récord.
Su única intención esa mañana era llegar a clase cuanto antes y así evitar a la
"ballenita rubia".
La mañana en clase fue
un tormento, los profesores se alternaban, las clases avanzaban y Juan Carlos
seguía pensando en Miriam. Los compañeros le preguntaban qué le pasaba,
pues pasó todo el día mudo, sin articular palabra. Él
contestó con un "nada".
Así transcurrieron dos
semanas, dos largas semanas que se le hicieron eternas. No podía seguir así,
tenía que coger el toro por los cuernos y frenar aquella absurda situación.
Entonces, Juan Carlos bajó de su casa y se encaminó al
parque, decidido y con los argumentos bien estudiados.
Al llegar al parque,
Miriam no estaba. Preguntó a Rosa, amiga íntima de Miriam, y ésta le respondió
que no tardaría en llegar, pues ella misma la estaba esperando. Esta situación
puso a Juan Carlos muy nervioso, más aún cuando Rosa le preguntó que
quería de su amiga. Los argumentos que tan estudiados traía se volvieron contra
él. Nada salía bien de su boca; todo eran contradicciones que se
agravaron aún más cuando apareció de repente su "ballenita rubia".
Al ver a Juan Carlos
hablando con su amiga, Miriam dio media vuelta y se marchó. Un suspiro salió de
lo más profundo de Juan Carlos al observar la reacción de la chica, y un fuerte
dolor de cabeza le sobrevino al escuchar cómo Rosa gritaba a su amiga que Juan
Carlos la estaba buscando.
Miriam giró sobre
sí misma y lo enfrentó. La mirada que le propinó no se le borrará en su
vida. No hizo falta terminar la conversación que aquel día quedó pendiente. No
hizo falta intérprete; todo quedó claro y zanjado.
Los siguientes días
fueron muy duros para Juan Carlos, pues no hallaba respuesta a sus preguntas.
Volvieron a aparecer las temidas pesadillas, sus chicas "botero" no
dejaban de aparecérsele en sus noches de angustia.
Poco a poco, el tiempo
fue difuminándolo todo, aunque, cuando más relajado se encontraba,
saltaba "la gorda" a su cama.
Juan Carlos cursaba su
octavo y último curso en el colegio de San Miguel. Todas las mañanas, una
sensación indescriptible recorría su cuerpo cuando su morena soñada aparecía en
sus pensamientos. Su chica era un par de años menor que él. Ella era una chica
menudita, tal y como a él le gustaban. Su pelo largo y moreno aparecía en todos
sus sueños. Su nombre, Sara.
Por la mañana pensaba en
Sara, a mediodía pensaba en Sara, por la noche pensaba en ella.
Sus pesadillas se
convirtieron en plácidos sueños; sueños de los que no quería despertar nunca.
Se besaban a la luz de la luna, paseaban cogidos de la mano, bailaban en la
fiesta de fin de curso...
A la salida de clase
siempre sus ojos buscaban a su morenita. Por la tarde en la plaza del barrio
sus ojos seguían buscando a su morenita. Por la noche en sus sueños seguía
buscando a su morenita. Pero ni de día, ni de noche, ni de madrugada, los ojos
de la morenita buscaban los de Juan Carlos.
De nuevo la vida se le
antojaba malvada...