domingo, 9 de octubre de 2011

DESDE LA FE

Nada mas levantarme, un vuelco me dio el corazón. La mañana se me antojó distinta.
Me preparé para ir a trabajo. Ese día recuerdo estar triste, sin fuerza. No hacía mucho tiempo que me había separado y todo me costaba más de lo normal.

Antes de entrar a trabajar me pasé por casa de mis padres a ver a la abuela, y de paso felicitar a mi madre que cumplía años. Hay días en los que se notan distintos, raros, insulsos, y éste era uno de ellos.

Esa mañana en la oficina el teléfono sonaba menos de lo habitual, había menos movimiento que de costumbre. Salí a tomar un café y noté como la mañana se tornaba gris, y más gris aún conforme avanzaba el día, o por lo menos a mí así me lo parecía.

No sé porqué, pero aquel año no le tenía ningún detalle a mi madre y aunque soy bastante despistado, nunca se me suelen pasar las onomásticas.

Esa tarde tenía curso de formación en el Aljarafe. Llevaba toda la semana acudiendo a él aunque sin muchas ganas. La hora se acercaba, pero algo me empujaba a no acudir. Mientras decidía si iba o no pasé a la habitación de la abuela, estaba tranquila, serena, aunque algo agitada en su respiración. Nos asustamos un poco y decidimos llamar al médico.

En pocos minutos el servicio de urgencia nos visitó y nos dijo lo que nadie quería escuchar; que todo entraba dentro de la normalidad, con noventa y tres años qué podíamos esperar. Los ánimos se nos fueron por los suelos. Pedimos una segunda opinión a nuestro médico de confianza y nos confirmó lo que ya sabíamos. No se puede hacer nada, ley de vida dijo…

En unos instantes nos tocaba decidir. Llevarla al hospital y de paso llenarla de agujas, tubos y sueros que podían alargarle la vida unos días o quizás alguna semana o…

Bajo mi humilde punto de vista la decisión fue dura pero acertada. Se quedó con nosotros; todos juntos. Recuerdo que la mirábamos con admiración, con orgullo, con mucho orgullo. Mi madre jamás se separó de ella ni un instante. Recuerdo también con el cariño que ella le cogía la mano, como la acariciaba, con la ternura que le hablaba.

Todos estábamos junto a ella en aquella pequeña habitación.

Parecía mentira, pero sólo nos quedaba esperar. . .

            * * *

El último día del mes del Rosario me decidí a llamarla. Un poco nervioso, pero había que coger el toro por los cuernos.

Quedamos para el día siguiente. Día de los difuntos, ¡qué fatalidad! pensé en aquel momento. ¿Le llevo flores?, mejor no.

Si el día que escuche su voz por primera vez me gustó, al conocerla, su sonrisa me enamoró; me cautivó. Era la sonrisa más bonita que jamás habían visto mis ojos. Una sonrisa sincera, trasparente, se podía bucear en ella.

En aquella primera cita estaba nervioso, recuerdo mis manos sudorosas, hacía calor, aunque era noviembre, la noche era totalmente veraniega. Poco a poco fuimos intercambiando algunas palabras hasta que la tensión se normalizó.

Después de esa corta pero intensa velada nos despedimos y aunque dijimos pensarlo unos días, ambos sabíamos que pronto estaríamos juntos para siempre.

Esa noche ya en casa no me podía dormir, inevitablemente se me pasaban muchas cosas por la cabeza, ¿quién me había puesto a esta chica en mi camino? No era fácil en mi situación encontrar una mujer y menos como ella.

Yo no tengo la menor duda de quien la puso en mi camino y todavía hoy día, diez años después, hay noches en las que se me viene el recuerdo a la cabeza y sigo dándoles las gracias una y otra vez.

            * * *

En pocos minutos pasó de un débil latido a la expiración y tras ella el mayor grito que pueda salir jamás del interior de un ser humano, un grito desgarrador, un grito de máxima desesperación, un grito que retumbó en los cielos; el grito de saber que su madre se había ido para siempre.

En pocos segundos pudimos comprobar como el cuerpo yacía frío como el hielo. Como frío y sudorosos se quedaron los cuerpos que en aquella habitación y fuera de ella esperaban la temida despedida ya anunciada.

Se fue. . .

Sí abuela, como puedes comprobar te sigo teniendo en mi corazón. Aquel 24 de octubre te fuiste, pero nunca te olvidaste de nosotros, así como tampoco nosotros nos olvidaremos nunca de ti. Espero que te encuentres bien donde estas y que sigas teniendo esa fuerza que te caracterizaba para poder seguir ayudándonos, porque aquí abajo nos hace mucha falta.

Un beso y gracias de nuevo.

Por: Abdón Parra López

sábado, 1 de octubre de 2011

Virgen de los Dolores a su paso por la calle Conde del Águila (Árbol Gordo)


La calle se vistió de gala para recibir por primera vez a la Stma. Virgen de los Dolores. Esta imagen que radica actualmente en la Iglesia de San Jose Obrero de Sevilla fué la primera dolorosa que tallara el ecultor e imaginero D. Luis Alvarez Duarte, allá por 1962.