Me preparé para ir a trabajo. Ese
día recuerdo estar triste, sin fuerza. No hacía mucho tiempo que me había
separado y todo me costaba más de lo normal.
Antes de entrar a trabajar me
pasé por casa de mis padres a ver a la abuela, y de paso felicitar a mi madre
que cumplía años. Hay días en los que se notan distintos, raros, insulsos, y éste era uno de ellos.
Esa mañana en la oficina el
teléfono sonaba menos de lo habitual, había menos movimiento que de costumbre. Salí
a tomar un café y noté como la mañana se tornaba gris, y más gris aún conforme
avanzaba el día, o por lo menos a mí así me lo parecía.
No sé porqué, pero aquel año no
le tenía ningún detalle a mi madre y aunque soy bastante despistado, nunca se
me suelen pasar las onomásticas.
Esa tarde tenía curso de
formación en el Aljarafe. Llevaba toda la semana acudiendo a él aunque sin
muchas ganas. La hora se acercaba, pero algo me empujaba a no acudir. Mientras
decidía si iba o no pasé a la habitación de la abuela, estaba tranquila,
serena, aunque algo agitada en su respiración. Nos asustamos un poco y
decidimos llamar al médico.
En pocos minutos el servicio de
urgencia nos visitó y nos dijo lo que nadie quería escuchar; que todo entraba
dentro de la normalidad, con noventa y tres años qué podíamos esperar. Los
ánimos se nos fueron por los suelos. Pedimos una segunda opinión a nuestro
médico de confianza y nos confirmó lo que ya sabíamos. No se puede hacer nada, ley
de vida dijo…
En unos instantes nos tocaba
decidir. Llevarla al hospital y de paso llenarla de agujas, tubos y sueros que
podían alargarle la vida unos días o quizás alguna semana o…
Bajo mi humilde punto de vista la
decisión fue dura pero acertada. Se quedó con nosotros; todos juntos. Recuerdo
que la mirábamos con admiración, con orgullo, con mucho orgullo. Mi madre jamás
se separó de ella ni un instante. Recuerdo también con el cariño que ella le
cogía la mano, como la acariciaba, con la ternura que le hablaba.
Todos estábamos junto a ella en
aquella pequeña habitación.
Parecía mentira, pero sólo nos
quedaba esperar. . .
*
* *
El último día del mes del Rosario
me decidí a llamarla. Un poco nervioso, pero había que coger el toro por los
cuernos.
Quedamos para el día siguiente.
Día de los difuntos, ¡qué fatalidad! pensé en aquel momento. ¿Le llevo flores?,
mejor no.
Si el día que escuche su voz por
primera vez me gustó, al conocerla, su sonrisa me enamoró; me cautivó. Era la
sonrisa más bonita que jamás habían visto mis ojos. Una sonrisa sincera,
trasparente, se podía bucear en ella.
En aquella primera cita estaba
nervioso, recuerdo mis manos sudorosas, hacía calor, aunque era noviembre, la
noche era totalmente veraniega. Poco a poco fuimos intercambiando algunas
palabras hasta que la tensión se normalizó.
Después de esa corta pero intensa
velada nos despedimos y aunque dijimos pensarlo unos días, ambos sabíamos que
pronto estaríamos juntos para siempre.
Esa noche ya en casa no me podía
dormir, inevitablemente se me pasaban muchas cosas por la cabeza, ¿quién me
había puesto a esta chica en mi camino? No era fácil en mi situación encontrar una
mujer y menos como ella.
Yo no tengo la menor duda de quien
la puso en mi camino y todavía hoy día, diez años después, hay noches en las
que se me viene el recuerdo a la cabeza y sigo dándoles las gracias una y otra
vez.
*
* *
En pocos minutos pasó de un débil
latido a la expiración y tras ella el mayor grito que pueda salir jamás del
interior de un ser humano, un grito desgarrador, un grito de máxima desesperación,
un grito que retumbó en los cielos; el grito de saber que su madre se había ido
para siempre.
En pocos segundos pudimos
comprobar como el cuerpo yacía frío como el hielo. Como frío y sudorosos se
quedaron los cuerpos que en aquella habitación y fuera de ella esperaban la
temida despedida ya anunciada.
Se fue. . .
Sí abuela, como puedes comprobar te sigo teniendo en mi corazón. Aquel
24 de octubre te fuiste, pero nunca te olvidaste de nosotros, así como tampoco
nosotros nos olvidaremos nunca de ti. Espero que te encuentres bien donde estas
y que sigas teniendo esa fuerza que te caracterizaba para poder seguir
ayudándonos, porque aquí abajo nos hace mucha falta.
Un beso y gracias de nuevo.
Por: Abdón Parra López