viernes, 5 de junio de 2015

El Chico al que perseguían las Gordas

Desde pequeño, a la temprana edad de cuatro años, ya su vecina del primero lo atosigaba una y otra vez, diciéndole que sería el marido perfecto para su hija. Al pequeño Juan Carlos sólo con pensarlo le daban arcadas.

Carmen, que así se llamaba la hija de su vecina, era encantadora. Encantadora para su madre, claro. Niña repipi donde las haya, lo buscaba por todos los rincones del barrio hasta dar con él. No se despegaba del chiquillo ni con agua caliente. Juan Carlos, con la prudencia que lo caracterizaba, aguantaba estoicamente las continuas insinuaciones de Carmencita.

En el colegio, ninguna chica podía acercarse a Juan Carlos sin el consentimiento previo de la repipi niña. Lo acaparaba durante toda la jornada. Cuando algún compañero le preguntaba algo, ella rápidamente contestaba por él, anulándolo por completo.

Los padres de Juanito se habían percatado de las insolentes y continuadas palabras de su vecina e intentaban aconsejar a su hijo, diciéndole que no se preocupara, que no le diera importancia, y que era muy joven para tener novia. Pero por las noches las pesadillas eran continuas, aquella chica lo triplicaba en kilos, sus pechos eran tan grandes que el camisón rebosaba y a punto estaba de perecer aplastado contra la pared del dormitorio. Juan Carlos despertaba día tras día con el corazón encogido y bañado en sudor.

El pequeño Juan Carlos intentaba de todas las maneras posibles eludir a aquella "ballena con patas" que lo perseguía allá donde iba. Una mañana de invierno, después de desayunar, se preparaba para asistir a un nuevo día de clase, cuando de repente sonó el timbre de la puerta. Era Isabel, la madre de Carmencita. El pequeño Juan Carlos, detrás de la puerta, no podía creer lo que estaba escuchando: Carmen estaba enferma y no podría asistir al colegio.

Pasaron varios días y Juan Carlos seguía rezando todas las noches para que se alargara la enfermedad de su vecina. El pequeño pudo entonces conversar y conocer a sus compañeros de clase que, sorprendidos, pudieron comprobar que aquel chico que se sentaba junto a "la gorda" sabía hablar. Otra nueva situación llenó de alegría al pequeño, que vio cómo la vida nuevamente le sonreía cuando el profesor anunció que a Carmen la habían trasladado de colegio.

Aquel final de curso fue enormemente gratificante. No se lo creía, podía hablar sin censura ni reprimenda de su ex-compañera, a la que él llamaba para sus adentros "ballenita con patas". De aquel  niño tímido salieron cualidades y virtudes que fueron brotando conforme avanzaba el curso.

Pasaron los años y a Juan Carlos le empezó a cambiar la voz. De aquel niño tímido quedaba poco. Eso sí, seguía siendo prudente y formal como su padre.

Empezó a ver a las chicas de manera especial. Empezaban a entrar en su cabeza posibles noviazgos de juventud. La morenita del pelo largo y ojos risueños lo ponía nervioso, era acercarse a ella y el corazón se le aceleraba. La chica lo sabía, pero a ella sólo le interesaba jugar y bailar. Por mucho que lo intentó, nunca lo consiguió. La vida puede llegar a ser cruel y él lo sabía bien.

En una ocasión, estaba Juan Carlos sentado en un banco del parque reflexionando sobre su vida, cuando de repente, irrumpió una chica alta, rubia y con bonitos ojos. Se llamaba Miriam. La chica se presentó amablemente y se sentó junto al joven, que no podía creer lo que estaban escuchando sus oídos.

La joven, amablemente y con clara verborrea, le estaba pidiendo salir con él para conocerse y demás. Juan Carlos la miró fijamente, se levantó de un brinco y con voz temblorosa le dijo que tenía que marcharse, pues tenía deberes que hacer.

Llegó a su casa a pasos forzados, tropezó con el escalón de la entrada y torpemente abrió la cerradura de la puerta de su casa.

De repente, la tarde se le tornó gris y sus olvidadas pesadillas volvieron a su cabeza, pues la chica rubia duplicaba los kilos de su ex-vecina "la ballenita con patas".

Esa noche no pudo dormir pensando en lo que le pasaba. ¿Por qué las chicas gordas se fijaban en él? Por más que intentaba resolver el enigma, no lo conseguía. A la mañana siguiente, salió camino del colegio sin ni siquiera desayunar. Llegó en un tiempo récord. Su única intención esa mañana era llegar a clase cuanto antes y así evitar a la "ballenita rubia".

La mañana en clase fue un tormento, los profesores se alternaban, las clases avanzaban y Juan Carlos seguía pensando en Miriam. Los compañeros le preguntaban qué le pasaba, pues pasó todo el día mudo, sin articular palabra. Él contestó con un "nada".

Así transcurrieron dos semanas, dos largas semanas que se le hicieron eternas. No podía seguir así, tenía que coger el toro por los cuernos y frenar aquella absurda situación. Entonces, Juan Carlos bajó de su casa y se encaminó al parque, decidido y con los argumentos bien estudiados.

Al llegar al parque, Miriam no estaba. Preguntó a Rosa, amiga íntima de Miriam, y ésta le respondió que no tardaría en llegar, pues ella misma la estaba esperando. Esta situación puso a Juan Carlos muy nervioso, más aún cuando Rosa le preguntó que quería de su amiga. Los argumentos que tan estudiados traía se volvieron contra él. Nada salía bien de su boca; todo eran  contradicciones que se agravaron aún más cuando apareció de repente su "ballenita rubia".

Al ver a Juan Carlos hablando con su amiga, Miriam dio media vuelta y se marchó. Un suspiro salió de lo más profundo de Juan Carlos al observar la reacción de la chica, y un fuerte dolor de cabeza le sobrevino al escuchar cómo Rosa gritaba a su amiga que Juan Carlos la estaba buscando.

Miriam giró sobre sí misma y lo enfrentó. La mirada que le propinó no se le borrará en su vida. No hizo falta terminar la conversación que aquel día quedó pendiente. No hizo falta intérprete; todo quedó claro y zanjado.

Los siguientes días fueron muy duros para Juan Carlos, pues no hallaba respuesta a sus preguntas. Volvieron a aparecer las temidas pesadillas, sus chicas "botero" no dejaban de aparecérsele en sus noches de angustia.

Poco a poco, el tiempo fue difuminándolo todo, aunque, cuando más relajado se encontraba, saltaba "la gorda" a su cama.

Juan Carlos cursaba su octavo y último curso en el colegio de San Miguel. Todas las mañanas, una sensación indescriptible recorría su cuerpo cuando su morena soñada aparecía en sus pensamientos. Su chica era un par de años menor que él. Ella era una chica menudita, tal y como a él le gustaban. Su pelo largo y moreno aparecía en todos sus sueños. Su nombre, Sara.

Por la mañana pensaba en Sara, a mediodía pensaba en Sara, por la noche pensaba en ella.

Sus pesadillas se convirtieron en plácidos sueños; sueños de los que no quería despertar nunca. Se besaban a la luz de la luna, paseaban cogidos de la mano, bailaban en la fiesta de fin de curso...

A la salida de clase siempre sus ojos buscaban a su morenita. Por la tarde en la plaza del barrio sus ojos seguían buscando a su morenita. Por la noche en sus sueños seguía buscando a su morenita. Pero ni de día, ni de noche, ni de madrugada, los ojos de la morenita buscaban los de Juan Carlos. 

De nuevo la vida se le antojaba malvada...