Sobre las cinco de la mañana,
Alejandra y Samuel saltaron con fuerza a la piscina de sus sueños. Las
sensaciones que percibieron en ella fueron indescriptibles. Nadaban y nadaban sin
preocupación alguna. No tenían que preocuparse de comer, ni de beber; simplemente
nadando era felices.
Todas las mañanas al despertar,
la joven pareja nadaba y nadaba sin rumbo fijo. La felicidad en ambos no
parecía tener fin. Por las tardes, después de un merecido descanso, los hermanos
se miraban mutuamente. El amor que ambos desprendían iluminaba el universo.
Pasaron los días y la pequeña
Alejandra venía observando cómo a su hermano le costaba nadar, y se iba quedando atrás. Ella, en su
interior, pensaba que se estaba volviendo un poco perezoso, pero la realidad
era muy distinta.
A los tres meses de aquel
desembarco en la piscina de los sueños, Samuel empezó a no querer nadar con su
hermana, o más bien, a no tener fuerzas para hacerlo. Pero su hermanita, con un amor sin igual, siempre
buscaba cualquier excusa para hacerlo nadar.
Un dos de septiembre de un año que no quiero recordar, una gran aguja de acero penetró en el pequeño cuerpecito de Samuel hasta dejarlo sin aliento. No le dio tiempo a reaccionar. Su hermana espantada, gritó todo lo que pudo sin que aquellos pequeños pulmoncitos todavía en
proceso de desarrollo pudieran alzar su voz.
En pocos segundos, su hermano Samuel dejo de existir,
y lo hizo por el mero hecho de que alguien lo decidió por él. Nadie le preguntó
si quería volar con su pequeña discapacidad. Nadie le dio la oportunidad de poder
expresarse una vez fuera de "la piscina de sus sueños".
Simplemente lo ahogaron en ella;
sin más.
Derecho a decidir… ?
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