
Nuestra Sra. De los Dolores.
Dedicado a los capataces
De Sevilla.
Hace ya varios años que salgo a ver la
hermosa Virgen que tallara D. Luis Álvarez Duarte para la hermandad que hoy reside
en la parroquia de San José Obrero.
Me llena de alegría y satisfacción observar a este padre como le
transmite a su hijo una de las tradiciones mas intensas de nuestra Semana
Santa
LA MIRADA DEL PADRE
Al fondo de la calle se veía
venir a aquel muchacho con su traje de Domingo de Ramos. Su andar era firme,
sosegado y nervioso a la vez.
La luz de la velas hacían resplandecer
las hojas de los naranjos, que mezclados con el humo del incienso llenaban de
magia la noche. La Virgen caminaba orgullosa por su barrio. Las calles estaban
engalanadas para la ocasión, las guirnaldas enlazaban las farolas; pero de pronto,
la tensión se dejó sentir.
Su mirada siempre fija en
aquellos balcones que parecían darse la mano. Su voz era baja, incomprensible
para su pretendida “profesión”. Las miradas se entrecruzaban, se sabía
observado. Su andar impasible; sus movimientos bien estudiados. A pesar de su
corta edad, eran ya muchos los años observando a su maestro; el mejor de los
maestros.
Con decisión golpeó el llamador
para arriar al paso. Miró a su derecha con discreción para asegurarse que todo
iba bien. Simplemente con la mirada sabía lo que había que corregir. El maestro
lo observaba, no le hacía falta más. La confianza en él era plena, pero sus
ojos siempre clavados de reojo en el
muchacho.
Al golpe del llamador, la música empezó
a sonar con fuerza. Las bambalinas rozaban los balcones. ¡Siempre de frente! Las
miradas volvían a cruzarse. ¡Menos paso quiero!, grita el maestro. Una vez mas
las miradas se cruzaban, la tensión se palpaba, la música se para. Sólo los
palillos del tambor se escuchaban en el silencio que provocaba la estrechez de
la calle.
El sonido de las bambalinas se
escuchaba tras golpear con los varales, mezclados con el palillo firme de
músico y el siseo de la gente que acallaba a unas voces que se oían tras la
banda.
El muchacho retrocedía con
decisión. El andar de los costaleros apenas se notaba. El fervor de la gente y
los aplausos eclosionaron con fuerza cuando el último varal libró el último de
los escollo de aquellos balcones que parecían puestos allí para la ocasión.
El padre se acerca; el hijo se
percata de su presencia, el padre le susurra al hijo, el hijo siempre con la
mirada en el palio. Todo con discreción absoluta. Todo va bien.
Un año mas las miradas mas cómplices
de la Semana Santa salieron a la calle.
Por Abdón Parra López.
Sevilla, Enero de 2.011
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