domingo, 21 de noviembre de 2010

VIAJE DE UN PASTOR


Era una apacible mañana de verano, todo estaba preparado, ya no había vuelta atrás. La abuela repasaba los bultos que viajarían a Sevilla. Sólo quedaba despertar a Rafael. Con tan sólo ocho años, el pequeño de la casa sería el primero de sus hermanos en hacer el viaje.

A lo lejos se apreciaba ya el vehículo. El ruido del motor irrumpía en el silencio de la mañana. El día se palpaba distinto, la calle estaba prácticamente sola, salvo algún vecino que se acercó a despedirles. Con lágrimas en los ojos, la abuela despedía a la primera expedición familiar.

La guerra no perdonó. No había trabajo, no había futuro, las familias empezaban a emigrar a Cataluña, al País Vasco, incluso los más atrevidos a Suiza o Alemania. Al pastor, la decisión le costó tomarla, pero fue la única salida para poder sacar adelante a su familia.

La despedida fue intensa, auque nunca se le notó un ápice de duda en sus decisiones, las lágrimas del pastor corrían por su interior. El corazón le palpitaba con fuerza. El camión ya estaba cargado. El conductor lo arrancó y un suspiro salió con fuerza del corazón de Rafaela. Parte de su familia iniciaba el éxodo.

El pequeño estaba nervioso e ilusionado a la vez. Para el todo era nuevo. La salida fue emocionante, iba en las rodillas de su padre y tenía una visión privilegiada del recorrido. Una gran sensación les invadió cuando empezaron a subir el puerto de Despeñaperros. El ruido del camión empezó a ser desesperante, el calor de pleno mes de julio agobiador, su tierra cada vez más lejos, todo un cúmulo de nuevas sensaciones que al pequeño le constaba encajar. El viaje aunque duro, fue una experiencia que nunca olvidaría.

Después de ocho horas de intenso viaje, ya se veía a lo lejos Sevilla. Pronto llegarían a su destino. La plaza de España les esperaba para recibir a esta familia llegada de tierras manchegas. El chiquillo no se lo podía creer, cuantos edificios, calles, jardines . . .

Mientras su padre se presentaba en las oficinas de la Confederación, el pequeño observaba con asombro todo lo que sucedía a su alrededor. Los coches de caballos se resguardaban a la sombra de los árboles del parque de María Luisa y las palomas se refrescaban en las fuentes; los turistas con sus cámaras parecían no importarles el calor reinante en esa ciudad.

En pocos minutos volvían de nuevo al camión para dirigirse a su destino definitivo “Las Arenas” La finca donde Abdón, “el pastor” trabajaría y donde su familia se alojaría. Una vez ya con el guía, se dirigieron a tal esperado destino, no muy lejos de Sevilla.


Pronto empezó a distinguirse en la distancia la gran portada de la finca, una portada majestuosa con grandes puertas de forja abiertas de par en par para recibirlos. El chofer del camión con su gran experiencia empezaba la maniobra de giro para entrar en la finca, cuando de pronto un gran estruendo se apoderó de todos. Nadie se acordó de la gran grúa que el camión llevaba a sus espaldas. Presa del pánico el segundo conductor del camión salió como pudo del vehículo para ver lo sucedido, El niño empezó a gritar, su brazo se había quedado atrapado entre la guantera y otras piezas del camión y no lo podía mover. Su padre lo tranquilizaba mientras pensaba que hacer, en esos momentos la incertidumbre se apoderó de todos.

Rápidamente, todos menos el pequeño se dieron cuenta de la magnitud del accidente. El conductor del camión yacía muerto entre los amasijos de hierro y toneladas de hormigón que habían literalmente estrujado al camión por ese lado.

Los nervios empezaban a desatarse de  nuevo cuando se dan cuenta de que el brazo del pequeño no lo podían liberar. Pronto empezaron a acudir los empleados de la finca, vecinos de los alrededores, cada uno con una idea nueva.

El niño cada vez más nervioso, miraba a su padre pidiéndole una rápida solución. De pronto un fuerte olor a gasolina desató aún más el nerviosismo. Su padre siempre firme junto a su hijo. La vida del pequeño estaba en grave peligro, el camión podía salir ardiendo y explotar. Los sudores, los nervios, la incertidumbre se apoderó del gentío. Eran cerca de cien personas las que se habían congregado alrededor del suceso. Los bomberos tardaban en llegar. El tiempo pasaba y corría en contra del pequeño Rafael. La noche se les echaba encima.

En pocos segundos al pastor le pasa su vida entera por la cabeza, su mujer, sus padres, su tierra, pero no da tiempo de pensar más. Uno de los asistentes al suceso grita con fuerza “que le corten el brazo con un hacha”. La frase parecía sacada de una película, pero era la única solución, el brazo, o la vida. Su padre se negaba, pedía a gritos otra solución, ¡y los bomberos! . . . gritaba desesperado.

Las mujeres lloraban, el gentío gritaba, el pánico era colectivo. Pero su padre seguía firme junto a su pequeño. De pronto llegaron los bomberos, los ánimos cambiaron y gracias a unos gatos y palancas sacaron con rapidez al niño ya muy agotado.

La euforia y satisfacción llenó de júbilo y vítores al gentío, que tras abrazar y besar repetidas veces el padre a su hijo, la multitud cogió al pequeño en vilo y entre llantos de alegría y gritos de euforia acompañaron al pequeño a casa. Su nueva casa.

El niño, con la emoción del momento decía y repetía “Gracias a quién me haya salvado” “Gracias a quien me haya salvado".

Sin duda, los bomberos fueron guiados e iluminados por la Stma. Virgen de la Antigua, con la que su madre habló y rezó durante todo el recorrido del viaje.

Por: Abdón Parra López

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